Hoy estaba buscando lecturas, y me tope con un escrito de Albert Libertad que me encantó!
Pero primero lo primero...sino no conoces al autor que acabo de mencionar te dejo una pequeña reseña.
Albert Libertad, seudónimo de Joseph Albert, nació en Burdeos en 1875 y murió en París en 1908. Se crio en un orfanato y comenzó su vida laboral como contable. Pero pronto abandonó ese oficio para dirigirse a la Ciudad de la Luz, donde no tardó en brillar como uno de los más ágiles y seductores propagandistas del anarquismo de la Belle Époque. Colaboró en diferentes publicaciones y grupos ácratas, fundó su propio periódico, L´anarchie, e impulsó las causeries populaires (charlas populares) en las que defendió y propagó con vigor el individualismo anarquista. La visión anarquista de Libertad incluía la necesidad de disfrutar de la vida y conciliar las necesidades del individuo con las de la sociedad a la hora de alcanzar sus objetivos libertarios al derrocar el sistema opresor. Y esto se refleja en el escrito que quiero compartir hoy que se titula “A los resignados”. Antes de compartirles su escrito me gustaría hacer referencia a la palabra RESIGNACIÓN... qué pensamos cuando hablamos de resignación? y sí tuve que buscar la palabra en el diccionario, pero no porque no supiera su significado, sino porque quiero entender mejor. Entre muchas definiciones las que más llamaron mi atención y me parecieron más fuertes, fueron las siguientes:
- Aceptación con paciencia y conformidad de una adversidad o de cualquier estado o situación perjudicial.
- Entrega voluntaria que alguien hace de sí poniéndose en las manos y voluntad de otra persona.
- Resignarse es sentirse impotente ante una situación, tener la sensación de que no podemos hacer nada y que por ello, somos víctimas de lo que nos ha tocado vivir..
- Cuando te sientes resignado crees que tú no puedes hacer nada para cambiar tu vida.
Y ahora sí, teniendo en mente de qué hablamos, cuando decimos RESIGNACIÓN, comparto su texto...
A los resignados
Albert Libertad
Odio a los resignados, tanto como a los inmundos, como a los poltrones. ¡Odio la resignación! Odio la inmundicia, odio la inacción. Odio al enfermo abatido por alguna fiebre maligna; odio al enfermo imaginario que con un poco de voluntad podría ponerse en pie. Compadezco al hombre encadenado, rodeado de guardianes, aplastado por el peso del hierro y del número. Odio a los soldados, postrados por el peso de un galón o tres estrellas; a los trabajadores, postrados por el peso del capital. Estimo al hombre que dice lo que siente allí donde se encuentra; odio al votante en perpetua conquista de una mayoría. Estimo al sabio aplastado bajo el peso de la investigación científica, odio al individuo que se postra bajo el peso de una fuerza desconocida, de una X cualquiera, de un Dios. Odio a todos aquellos que cediendo a otros, por miedo, por resignación, una parte de su fuerza de hombres, no solo se aplastan a sí mismos, sino también a mí, a todo lo que yo amo, bajo el peso de su infame concurso o de su estúpida inercia. Odio, sí, los odio porque lo siento, siento que no me postro ante el galón del oficial, ante la banda del alcalde, ante el oro del capitalista, ante todas sus morales y religiones; desde hace tiempo sé que todo esto no son más que fruslerías que se rompen como el cristal... Yo estoy postrado bajo el peso de la resignación de otros. Odio la resignación. Amo la vida. Quiero vivir, no mezquinamente como los que no satisfacen más que una parte de sus músculos, de sus nervios, sino yendo más allá, satisfaciendo tanto los músculos faciales como los de las piernas, los riñones tanto como el cerebro. No quiero entregar una parte del ahora a cambio de una parte ficticia del mañana, no quiero ceder nada del presente a cambio del viento del porvenir. No quiero postrar nada de mí bajo las palabras “patria, Dios, honor”. Conozco muy bien el vacío de estas palabras: fantasmas religiosos y laicos. Me burlo de las pensiones, de los paraísos; esperanzas utilizadas por el capital y la religión para mantener la resignación. Me río de todos los que acumulan para la vejez y se privan en la juventud; de aquellos que, para comer a los sesenta, ayunan a los veinte. Quiero comer mientras tenga los dientes fuertes para desgarrar y triturar carnes suculentas y saludables frutas, mientras mis jugos gástricos digieran sin ningún problema; quiero saciar mi sed con líquidos refrescantes y tónicos. Quiero amar a las mujeres, o a la mujer que más convenga a nuestros comunes deseos, y no quiero resignarme a la familia, a la ley, al Código; nadie tiene derecho sobre nuestros cuerpos. Tu quieres, yo quiero. Burlémonos de la familia, de la ley, antiguas formas de resignación. Pero eso no es todo: puesto que tengo ojos y oídos quiero, además de comer, beber y hacer el amor, disfrutar de otras maneras. Quiero ver hermosas esculturas, hermosas pinturas, admirar a Rodin o a Monet. Quiero escuchar las mejores óperas de Beethoven o de Wagner. Quiero conocer los clásicos de la comedia, repasar el bagaje literario y artístico que ha ligado a los hombres del pasado con los del presente; o mejor, repasar la obra por siempre inacabada de la humanidad. Quiero gozo para mí, para la compañera que elija, para mis hijos, para mis amigos. Quiero una casa para descansar agradablemente los ojos una vez terminado el trabajo. Porque quiero el gozo del trabajo también, ese gozo sano, ese gozo fuerte. Quiero que mi brazos usen la sierra, el martillo, la pala, la guadaña. Que los músculos se desarrollen, que la caja torácica ensanche con movimientos fuertes, útiles y razonados. Quiero ser útil, quiero que seamos útiles. Quiero ser útil a mi vecino y quiero que mi vecino me sea útil a mí. Deseo que hagamos más porque mi necesidad de gozar es insaciable. Y es porque quiero gozar que no me resigno. Sí, sí, quiero producir, pero quiero gozar; quiero amasar la harina, pero comer el mejor pan; hacer la vendimia, pero beber el mejor vino; construir una casa, pero vivir en el mejor alojamiento; construir muebles, pero poseer también lo útil, ver lo bello; quiero hacer teatros, pero tan grandes que puedan alojar a todos mis compañeros. Quiero participar en la producción, pero también en el consumo. Hay hombres que sueñan con producir para dejar a otros, oh ironía, la mejor parte de sus esfuerzos; yo quiero, unido libremente con otros, producir pero también consumir. Resignados, mirad, escupo a vuestros ídolos, escupo a Dios, escupo a la Patria, escupo a Cristo, escupo a todas las banderas, escupo al capital y al Toisón de Oro, escupo a las Religiones: fruslerías, yo me mofo, me río de todas ellas... No son nada sin vosotros, abandonadlas y se desharán como migajas. Vosotros sois por tanto una fuerza, oh resignados, una de esas fuerzas ignoradas, pero que no por eso deja de ser fuerza, y no puedo escupir sobre vosotros, solo puedo odiaros ... o amaros. Por encima de todos mis deseos está el de ver sacudiros vuestra resignación en un terrible despertar de vida. No hay ningún paraíso futuro, no hay porvenir, no hay sino presente. ¡Vivamos! ¡Vivamos! La resignación es la muerte. La rebelión es la vida.
Código abierto y Resistencia.
¡Hackeando el sistema...Enredando libertades!
Salud y Libertad
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