El hombre cisterna


Riiiiing

— Esta noche dormí fatal. Creo que me acosté con una mala postura. Apenas puedo mover el cuello.

Una intensa luz solar se filtraba por los pequeños orificios de la persiana. Aquejado por los dolores cervicales, caminaba aún medio dormido hacia la ducha. Antes de que el agua caliente hubiera recorrido el trayecto de la caldera hasta el cabezal de ducha ya casi había terminado de ducharse. Después de vestirse con su corbata de siempre, fue a desayunar acompañado por el telediario matutino. Al parecer, había empezado una guerra en Gaza. El desencadenante, informaba el locutor, era un ataque terrorista perpetrado por Hamas. Israel pedía la unidad de los países democráticos para luchar contra el terror. Europa y Estados Unidos inmediatamente se posicionaron con Israel. Se comprometieron a enviar armamento y apoyo logístico.

El coche se encontraba en el taller debido a una avería mecánica y hasta dentro de dos días no estaría reparado. Durante este tiempo tendría que desplazarse mediante transporte público. Dado que no solía ir en tren, y con tal de evitar sorpresas y contratiempos inesperados, salió con tiempo de sobras.

Para ser un día de principios de primavera era particularmente caluroso. Las predicciones ya pronosticaron un incremento de las temperaturas, pero aun así el contraste con los días previos era notable. A esas horas la estación estaba muy concurrida. Todo el mundo parecía caminar en la misma dirección. Hace poco había sido remodelada y tenía tintes de arquitectura contemporánea. Unas grandes ventanas dejaban pasar la luz cómodamente. Había dos anchas entradas en sus extremos opuestos. La gente entraba espaciosamente aun siendo hora punta, pese a que luego se acumulaban para pasar el control. También en las máquinas autoventa había cola. Tras comprar el billete y pasar el control se dirigió hacia la estación subterránea usando las escaleras mecánicas. A medida que la máquina le arrastraba bajo el suelo, un aire pesado y sofocante empezó a inundar sus pulmones.

Sorprendentemente, la línea R2 hoy llegaba puntual. Con pasos de hormiga la gente fue subiendo a bordo. Todos se daban pequeños empujones y se apretaban unos a los otros como si fueran moléculas tratando de convertirse en diamantes. Al cabo de unos instantes el tren echó un grito agudo y cerrare las puertas. Cuando el tren empezó a moverse, las caras angustiadas de las personas que corrían para subir al tren se sublimaron en expresiones de frustración, resignación e incluso había alguna de indignación. El vagón estaba dotado de aire acondicionado. Aun así el frío artificial no era capaz de aplacar el olor a sudor que cubría el ambiente como un manto invisible. Entre todas las caras inexpresivas que se encontraban dentro había un par de caras satisfechas y cansadas por haber corrido lo suficiente. Una de ellas tenía la frente conquistada por pequeñas gotas de sudor atascadas entre las arrugas de la frente.

La distancia entre la estación y la oficina era más corta de lo que tardaba en fumarse un cigarrillo. A diferencia de muchos de sus compañeros, él prácticamente no fumaba; mas había adquirido la costumbre de fumarse uno antes de entrar a la oficina. Hoy había algunos de sus compañeros que estaban de viaje, hecho que se materializaba en la poca cantidad de colillas que había en la entrada. Después del cigarrillo también tenía la costumbre de tomarse un café bien cargado. Para ser más precisos, esa era la única costumbre que un oficinista podía permitirse. Prácticamente era una necesidad.

Llego a la oficina cerca de las ocho. No había pasado ni media jornada laboral, pero el tedio le empezaba a oprimir. ¿Cómo les iría a sus hijos en la escuela ahora mismo? Recordar a sus hijos le producía una extraña sensación de envidia. Recordaba su propia infancia. Él y sus amigos se divertían bromeando con Martín. Este compañero era tímido, apenas se relacionaba. A él y sus amigos les gustaba tirarle de los calzones y ver como se congojaba. A veces también le tomaban el estuche y se lo iban pasando entre ellos. No es que estuviera orgulloso de esos juegos, pero lo recordaba con nostalgia. Seguramente sus hijos estarían jugando en el patio a estas horas. ¿Cuándo fue la última vez que vio a sus hijos? En la pared de su despacho colgaba una foto en la que aparecían sus hijos, pero el recuerdo de ese momento no era más que una nube informe. Ahora lo único que le producía la visión de esa imagen era una mezcla de odio y envidia renovada.

Era su compañero. No es que le cayera especialmente bien, pero era entretenido hablar con él. De los cinco compañeros que solían comer juntos, dos estaban de viaje.

Entre la mala noche que pasó y la modorra de la comida apenas podía mantener los ojos abiertos. En 15 minutos tendría una reunión telemática con un potencial cliente; le daba tiempo para hacer otro café. Como recitando un mantra, expuso de memoria las distintas líneas de productos que podían ofrecer, adornándolo con las frases cliché de siempre.

En el trayecto de vuelta se respira más tranquilidad. Hay mucho más espacio en el vagón, e incluso puede sentarse tranquilamente a leer el diario deportivo.

Hoy llegó a casa más tarde de lo habitual. No solo por haber ido en transporte público, si no que además a la vuelta el tren se retrasó. Antes de cenar sólo tuvo tiempo de volver a ducharse. El cansancio y el calor del día habían hecho mella. Ya con el pijama puesto se sentía más fresco. Si bien el cansancio no se lo pudo despegar, al menos ya no olía a sudor. La cena de hoy es patata con verduras y pechuga de pollo. Para acompañarla, no faltaba una cerveza bien fría y el televisor de fondo.

-¿¡Quieres hacer el favor de callar de una puta vez!? Que no escucho la tele. – Deja de llorar, que me amargas la cena. – ¡Vete a tu cuarto inmediatamente! No te quiero ni ver.

De nuevo, con la calma de la tradicional familia, puede cenar tranquilo. Su plato de patata con verduras no le lleno demasiado. Por suerte su hijo dejo el suyo casi lleno.

Ya son cerca de las once de la noche. Para dormir sus horas reglamentarias debería ir a dormir, pero por culpa de la discusión no le apetece ir a dormir, por lo que decide seguir un rato más echado en el sofá viendo la tele. Hace un rato empezó el programa de Policías en acción. Ver como detienen a algún que otro inmigrante le alegra un poco.

Cerca de las doce le empieza a entrar el sueño y decide ir a la cama. Sigue estando algo tenso. Para aliviarse, se masturba usando a su mujer. Ella, que estaba dormida, se despertó al notar que alguien le bajaba las bragas, pero al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo no mueve ni un músculo.

En ese momento, en mitad de la madrugada, el ejército Israelí empezó a bombardear hospitales y viviendas palestinas.