Espacio Ácrata

Código abierto y Resistencia. ¡Hackeando el sistema...Enredando libertades! -Blog destinado a la divulgación de anarquía, historia, educación y tecnología-

El proyecto A

Quería comenzar este año 2024, leyendo cosas nuevas, por lo menos para mí claro está! y buscando....me encontré con un texto titulado El proyecto A y me pareció muy interesante y bueno... aquí lo comparto!

Si te interesa la anarquía, la autogestión y la transformación social, quizás hayas oído hablar del “El proyecto A” de Horst Stowasser. Se trata de un texto que propone una visión de cómo podría ser una sociedad libre y solidaria, basada en la cooperación, la democracia directa y el respeto a la diversidad. En este post, te voy a explicar de qué va el documento, quién fue su autor y por qué creo que es una lectura imprescindible para cualquier persona que quiera cambiar el mundo.

¿Quién fue Horst Stowasser?

Horst Stowasser fue un anarquista alemán que nació en 1951 y murió en 2009. Fue un activista comprometido con diversas causas sociales, como el ecologismo, el antimilitarismo, el feminismo y el antifascismo. Participó en numerosos proyectos autogestionados, como centros sociales, cooperativas, medios de comunicación alternativos y redes de apoyo mutuo. También fue un escritor prolífico, que publicó varios libros y artículos sobre anarquismo, historia, política y cultura.

¿Qué es "El proyecto A"?

“El proyecto A” es una obra que Stowasser escribió entre 1989 y 1993, y que publicó en 1995. Se trata de un texto que expone los principios, las estrategias y las experiencias del anarquismo social, entendido como un movimiento que busca crear una sociedad sin dominación ni explotación. El documento se divide en cuatro partes:

La primera parte presenta los fundamentos teóricos del anarquismo, como la crítica al Estado, al capitalismo y a otras formas de opresión, así como la defensa de la libertad, la igualdad y la solidaridad.

La segunda parte describe las propuestas prácticas del anarquismo, como la organización horizontal, la acción directa, la autogestión, la educación libertaria y la cultura alternativa.

La tercera parte analiza los desafíos y las dificultades que enfrenta el anarquismo en el contexto actual, como la represión, la burocracia, el sectarismo y el reformismo.

La cuarta parte ofrece una visión utópica de cómo podría ser una sociedad anarquista, basada en la federación de comunidades autónomas, la economía solidaria, la ecología social y la ética de la responsabilidad.

¿Por qué deberías leerlo?

Creo que El proyecto A es una lectura muy recomendable por varias razones:

  • Es un texto claro, didáctico y accesible, que explica de forma sencilla y amena los conceptos básicos del anarquismo.
  • Es un texto actual, que aborda los problemas y las oportunidades que se presentan en el siglo XXI, como la globalización, la crisis ecológica, las nuevas tecnologías y los movimientos sociales.
  • Es un texto inspirador, que muestra las posibilidades y los beneficios de una sociedad basada en la autogestión, la cooperación y la creatividad.
  • Es un texto abierto, que invita al debate, al diálogo y a la participación. El propio autor lo concibió como un borrador provisional, sujeto a críticas y aportaciones.
  • Así que ya sabes: si queres saber más sobre el anarquismo social y sus propuestas para cambiar el mundo, no dudes en leer El proyecto A de Horst Stowasser. Podes encontrarlo aquí en The Anarchist Library

    Y si te gusta lo que lees, no te quedes solo con eso: ¡pasa a la acción!

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Hoy estaba buscando lecturas, y me tope con un escrito de Albert Libertad que me encantó!

Pero primero lo primero...sino no conoces al autor que acabo de mencionar te dejo una pequeña reseña.

Albert Libertad, seudónimo de Joseph Albert, nació en Burdeos en 1875 y murió en París en 1908. Se crio en un orfanato y comenzó su vida laboral como contable. Pero pronto abandonó ese oficio para dirigirse a la Ciudad de la Luz, donde no tardó en brillar como uno de los más ágiles y seductores propagandistas del anarquismo de la Belle Époque. Colaboró en diferentes publicaciones y grupos ácratas, fundó su propio periódico, L´anarchie, e impulsó las causeries populaires (charlas populares) en las que defendió y propagó con vigor el individualismo anarquista. La visión anarquista de Libertad incluía la necesidad de disfrutar de la vida y conciliar las necesidades del individuo con las de la sociedad a la hora de alcanzar sus objetivos libertarios al derrocar el sistema opresor. Y esto se refleja en el escrito que quiero compartir hoy que se titula “A los resignados”. Antes de compartirles su escrito me gustaría hacer referencia a la palabra RESIGNACIÓN... qué pensamos cuando hablamos de resignación? y sí tuve que buscar la palabra en el diccionario, pero no porque no supiera su significado, sino porque quiero entender mejor. Entre muchas definiciones las que más llamaron mi atención y me parecieron más fuertes, fueron las siguientes:

  • Aceptación con paciencia y conformidad de una adversidad o de cualquier estado o situación perjudicial.
  • Entrega voluntaria que alguien hace de sí poniéndose en las manos y voluntad de otra persona.
  • Resignarse es sentirse impotente ante una situación, tener la sensación de que no podemos hacer nada y que por ello, somos víctimas de lo que nos ha tocado vivir..
  • Cuando te sientes resignado crees que tú no puedes hacer nada para cambiar tu vida.

Y ahora sí, teniendo en mente de qué hablamos, cuando decimos RESIGNACIÓN, comparto su texto...

A los resignados

Albert Libertad

Odio a los resignados, tanto como a los inmundos, como a los poltrones. ¡Odio la resignación! Odio la inmundicia, odio la inacción. Odio al enfermo abatido por alguna fiebre maligna; odio al enfermo imaginario que con un poco de voluntad podría ponerse en pie. Compadezco al hombre encadenado, rodeado de guardianes, aplastado por el peso del hierro y del número. Odio a los soldados, postrados por el peso de un galón o tres estrellas; a los trabajadores, postrados por el peso del capital. Estimo al hombre que dice lo que siente allí donde se encuentra; odio al votante en perpetua conquista de una mayoría. Estimo al sabio aplastado bajo el peso de la investigación científica, odio al individuo que se postra bajo el peso de una fuerza desconocida, de una X cualquiera, de un Dios. Odio a todos aquellos que cediendo a otros, por miedo, por resignación, una parte de su fuerza de hombres, no solo se aplastan a sí mismos, sino también a mí, a todo lo que yo amo, bajo el peso de su infame concurso o de su estúpida inercia. Odio, sí, los odio porque lo siento, siento que no me postro ante el galón del oficial, ante la banda del alcalde, ante el oro del capitalista, ante todas sus morales y religiones; desde hace tiempo sé que todo esto no son más que fruslerías que se rompen como el cristal... Yo estoy postrado bajo el peso de la resignación de otros. Odio la resignación. Amo la vida. Quiero vivir, no mezquinamente como los que no satisfacen más que una parte de sus músculos, de sus nervios, sino yendo más allá, satisfaciendo tanto los músculos faciales como los de las piernas, los riñones tanto como el cerebro. No quiero entregar una parte del ahora a cambio de una parte ficticia del mañana, no quiero ceder nada del presente a cambio del viento del porvenir. No quiero postrar nada de mí bajo las palabras “patria, Dios, honor”. Conozco muy bien el vacío de estas palabras: fantasmas religiosos y laicos. Me burlo de las pensiones, de los paraísos; esperanzas utilizadas por el capital y la religión para mantener la resignación. Me río de todos los que acumulan para la vejez y se privan en la juventud; de aquellos que, para comer a los sesenta, ayunan a los veinte. Quiero comer mientras tenga los dientes fuertes para desgarrar y triturar carnes suculentas y saludables frutas, mientras mis jugos gástricos digieran sin ningún problema; quiero saciar mi sed con líquidos refrescantes y tónicos. Quiero amar a las mujeres, o a la mujer que más convenga a nuestros comunes deseos, y no quiero resignarme a la familia, a la ley, al Código; nadie tiene derecho sobre nuestros cuerpos. Tu quieres, yo quiero. Burlémonos de la familia, de la ley, antiguas formas de resignación. Pero eso no es todo: puesto que tengo ojos y oídos quiero, además de comer, beber y hacer el amor, disfrutar de otras maneras. Quiero ver hermosas esculturas, hermosas pinturas, admirar a Rodin o a Monet. Quiero escuchar las mejores óperas de Beethoven o de Wagner. Quiero conocer los clásicos de la comedia, repasar el bagaje literario y artístico que ha ligado a los hombres del pasado con los del presente; o mejor, repasar la obra por siempre inacabada de la humanidad. Quiero gozo para mí, para la compañera que elija, para mis hijos, para mis amigos. Quiero una casa para descansar agradablemente los ojos una vez terminado el trabajo. Porque quiero el gozo del trabajo también, ese gozo sano, ese gozo fuerte. Quiero que mi brazos usen la sierra, el martillo, la pala, la guadaña. Que los músculos se desarrollen, que la caja torácica ensanche con movimientos fuertes, útiles y razonados. Quiero ser útil, quiero que seamos útiles. Quiero ser útil a mi vecino y quiero que mi vecino me sea útil a mí. Deseo que hagamos más porque mi necesidad de gozar es insaciable. Y es porque quiero gozar que no me resigno. Sí, sí, quiero producir, pero quiero gozar; quiero amasar la harina, pero comer el mejor pan; hacer la vendimia, pero beber el mejor vino; construir una casa, pero vivir en el mejor alojamiento; construir muebles, pero poseer también lo útil, ver lo bello; quiero hacer teatros, pero tan grandes que puedan alojar a todos mis compañeros. Quiero participar en la producción, pero también en el consumo. Hay hombres que sueñan con producir para dejar a otros, oh ironía, la mejor parte de sus esfuerzos; yo quiero, unido libremente con otros, producir pero también consumir. Resignados, mirad, escupo a vuestros ídolos, escupo a Dios, escupo a la Patria, escupo a Cristo, escupo a todas las banderas, escupo al capital y al Toisón de Oro, escupo a las Religiones: fruslerías, yo me mofo, me río de todas ellas... No son nada sin vosotros, abandonadlas y se desharán como migajas. Vosotros sois por tanto una fuerza, oh resignados, una de esas fuerzas ignoradas, pero que no por eso deja de ser fuerza, y no puedo escupir sobre vosotros, solo puedo odiaros ... o amaros. Por encima de todos mis deseos está el de ver sacudiros vuestra resignación en un terrible despertar de vida. No hay ningún paraíso futuro, no hay porvenir, no hay sino presente. ¡Vivamos! ¡Vivamos! La resignación es la muerte. La rebelión es la vida.

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En tiempo de elecciones

Errico Malatesta

Por estos territorios estamos en épocas de elecciones... sí, ya veo propaganda de políticos hasta en la sopa! #Horror Para contrarrestar un poco todo este circo electoralista comparto este folleto publicado originalmente en 1890, (por los diálogos podría haberse escrito hoy mismo que no habría diferencia). Cabe destacar que este es uno de los folletos más difundidos de Malatesta.

En el texto, Malatesta expone y contrasta por medio del diálogo la posición tradicional del anarquismo de abstención ante las elecciones burguesas.

Les dejo abajo el link por si lo quieren descargar en formato PDF.


Luis.- ¡Buen vino es éste, amigo!

Carlos.- Psch, no es malo... pero sí es caro.

Luis.- ¿Caro? ¡Seguramente! Con tanto impuesto y con tantas contribuciones como se pagan al gobierno y al municipio, el litro viene a costar el doble de lo debido. ¡Y si fuese tan solo el vino! El pan, la carne, la casa todo cuesta un ojo de la cara; y si el trabajo falta no se puede pagar ni aún lo más necesario. En fin, que no hay modo de poder vivir. Sin embargo todo el mal viene de nosotros mismos. Si nosotros quisiéramos, todo se podría remediar. Precisamente, ahora es la ocasión para poner manos a la obra.

Carlos.- ¿Sí? Veamos, veamos cómo.

Luis.- Es una cosa muy sencilla. ¿Eres elector?

Carlos.- Sí lo soy; pero como si no lo fuera, porque no he de votar.

Luis.- He ahí el mal. ¡Y después nos lamentamos! ¿No comprendes que tú mismo eres tu propio asesino y el de tu familia? Tú eres uno de tantos que por su indolencia y su rebajamiento merecen la miseria en que yacen. Y todavía es poco. Tú ...

Carlos.- Bueno, bueno, no te sobresaltes. A mí me gusta razonar y no quiero más que ser convencido. ¿Pero qué conseguiría si fuese a votar?

Luis.- ¡Cómo! ¿Qué necesidad hay de razonar tanto? ¿Quiénes hacen las leyes? ¿No son los diputados y los ministros? Así pues, si eligiéramos buenos diputados y buenos concejales, habría buenos ministros y buenos municipios y, en consecuencia, serían mejores las leyes, se rebajarían las contribuciones, se suprimirían impuestos tan odiosos como el de consumo, sería protegido el trabajo y, por ende, la miseria en que vivimos no sería tan espantosa.

Carlos.- ¡Buenos diputados, buenos ministros y buenos concejales! ¡Bonito canto de sirena! Se necesita estar sordo y ciego para no comprender que todos son lo mismo. Como tú, hablan todos los que tienen necesidad de ser elegidos. Todos buenos, todos democráticos; nos pasan la mano por el lomo, llaman a nuestras compañeras para saludarlas, a nuestros niños para besarlos; nos prometen ferrocarriles, puentes, agua potable, trabajo, pan a buen precio, protección del Estado... todo lo que se quiera. Y después, si te he visto no me acuerdo. Una vez elegidos, adiós promesas. Nuestras compañeras y nuestros hijos pueden morirse de hambre; nuestro país puede verse asolado por las fiebres y toda clase de calamidades; el trabajo se paraliza y pan falta para la mayor parte, y el hambre, la miseria, hacen estragos por doquier. ¡Pero qué! El diputado no se ocupa para nada de nuestros desastres. Para estas cosas está la policía. Para otro año se reanudará la burla. Por el momento, pasada la fiesta, engañado el santo. ¿Y sabes? El partido político, el color político, nada importa; todos. Todos son iguales. La única diferencia es que los unos se nos presentan cínicamente como son, mientras que los otros nos llevan con su charla adonde quieren, haciéndose pagar banquetes y otras zarandajas.

Luis.- Perfectamente; mas. ¿por qué elegir a los burgueses? ¿No sabes que los burgueses viven del trabajo de los demás? ¿Y cómo quieres que piensen en hacer el bien del pueblo? Si el pueblo fuera libre, se habría concluido la cucaña política para esos caballeros del bien vivir. Verdad es que si quisieran trabajar estarían aún mejor, pero esto no lo entienden; no piensan más que en sacar cuanto pueden la sangre del pobre pueblo.

Carlos.- ¡Oh! Ahora sí que empiezas a hablar bien. Solamente los burgueses o los que quieren ser diputados para llegar a ser burgueses, se ocupan de los burgueses.

Luis.- Pues bien, evitemos esto. Nombremos diputados a los amigos probados, consecuentes, diputados populares, y así estaremos seguros de no ser engañados.

Carlos.- ¡Eh. alto! No hay tantos de esos amigos probados. Pero ya que eres curioso nombremos, nombremos esos diputados ¡como si tú y yo pudiéramos nombrar a quien mejor nos pareciera!

Luis.- ¿Tú y yo? No se trata únicamente de nosotros dos. Es cierto, ciertísimo, que nosotros dos nada podemos hacer; pero si cualquiera de nosotros se esforzase por convertir a los demás, y éstos procedieran como nosotros, pronto contaríamos con la mayoría de los electores y podríamos elegir el diputado que mejor nos pareciera. Y si lo que nosotros hiciéramos aquí lo hicieran en los demás colegios electorales, llegaríamos a tener de nuestra parte la mayoría del parlamento y entonces ...

Carlos.- Y entonces vuelta a la cucaña política para los que fueran al parlamento ... ¿no es verdad?

Luis.- Pero...

Carlos.- ¿Pero me tomas como cosa de juego? ¡Qué mal vas! No parece sino que ya cuentas con la mayoría y todo lo arreglas a tu antojo. La mayoría, amigo, la tienen los que mandan, la tienen siempre los ricos. Ahí tienes un pobre diablo, un labrador con su mujer enferma y cinco hijos chiquitillos; anda y persuádele de que debe sufrir los rigores de la miseria, de que debe consentir en verse en medio de la vía pública como un perro vagabundo, no sólo él sino también los suyos, por el placer de dar el voto a quien no sea del gusto del burgués. Anda y convence a todos los que el burgués puede hacer morir de hambre cuando le plazca. Desengáñate: el pobre nunca es libre; y por tanto no sabría por quien votar. Y si supiera y pudiera, aún tendría necesidad de votar a sus señores. Así tendrían éstos lo que desean, y buenas noches. Lo mismo en el campo que en la ciudad, el trabajador es esclavo del que manda o del que más tiene. En nuestros villorrios, en nuestras aldeas, en los más reducidos lugares, el cacique es dueño y señor de todos los electores. Un simple alcalde de barrio tiene más poder en una aldea que un banquero en la ciudad. La sola presencia de un representante de la tiranía, se lleva por delante a todos los electores habidos y por haber. Por desgracia, nuestros compañeros del campo se ven obligados a votar por quien manda el cacique, o el alcalde, o el que les presta a un interés usurario algún dinero. En las poblaciones grandes o pequeñas, el obrero industrial está totalmente supeditado al fabricante, al maestro; y cuando no al médico, o al abogado, al notario, al casero, hasta al tendero de aceite y vinagre. Ve y diles que voten, y contestarán que desgraciadamente han de votar, quieran o no, por quien les manden. ¡Pobre del que se atreve a tener opiniones propias!

Luis.- Sin duda la cosa no es fácil. Se necesita trabajar, propagar para hacer comprender al pueblo cuáles son sus derechos y animarle a afrontar la ira de los burgueses. Necesitamos unirnos, organizarnos para impedir a los burgueses que coarten la libertad de los trabajadores, arrojándoles a la calle cuando no siguen sus consejos.

Carlos.- ¿Y todo esto para votar por don Fulano o don Mengano? ¡Qué simple eres! Sí, todo lo que dices debemos hacerlo, pero de un modo distinto: debemos hacerlo para que el pueblo comprenda que cuanto hay en el mundo es suyo y se le roba; y que por tanto tiene el derecho, y si se quiere hasta la fuerza, de arrebatarlo, y de arrebatarlo o recuperarlo por sí mismo, sin esperar gracias de nadie.

Luis.- Pero, en fin, ¿cómo hacerlo? Alguno ha de dirigir al pueblo, organizar las fuerzas sociales, administrar justicia y garantizar la seguridad pública.

Carlos.- No, no. Nada de eso.

Luis.- ¿Y cómo entonces? ¡El pueblo es tan ignorante!

Carlos.- ¿Ignorante? El pueblo lo es, en verdad, porque si no lo fuera, pronto enviaría a paseo toda la jerigonza gubernamental. Pero yo creo que tus propios intereses te lo harán pronto comprender. Si dejáramos al pueblo obrar por su cuenta, arreglaría sus cosas mejor que todos los ganapanes que, con el pretexto de gobernarlo, lo explotan y tratan como a una bestia. Es curioso lo que te ocurre con esta historieta de la ignorancia popular. Cuando se trata de dejar al pueblo que haga lo mejor que le parezca, dices que no tiene capacidad ninguna; cuando, por el contrario, se trata de hacerle nombrar diputados, entonces se le reconoce ya una cierta capacidad... y si nombra alguno de los nuestros, entonces se le atribuye una sapiencia estupenda... ¿No es cien veces más fácil administrar cada uno por sí mismo lo que le pertenezca, que encontrar uno que sea capaz de hacerlo por otro? No sólo, en este último caso, se necesita conocer cómo había de hacerse todo para juzgar la idea del que se escogiese, sino también saber discernir la sinceridad, el talento y las demás cualidades del que solicitare nuestros votos. ¿Y si el diputado quisiera servir sinceramente nuestros intereses, no debería preguntar por nuestra opinión, indagar nuestros deseos, acatar nuestras decisiones? Y entonces, ¿por qué dar a nadie el derecho de obrar a su antojo y de engañarnos y traicionarnos si bien lo juzga?

Luis.- Pero como los hombres no pueden hacerlo todo por sí mismos, como no sirven para todo, de aquí la necesidad de que alguno cuide de la cosa pública y arregle los asuntos de la política.

Carlos.- Yo no sé qué es lo que tú entiendes por política. Si entiendes que es el arte de engañar al pueblo y robarle haciéndole gritar lo menos posible, persuádete de que haríamos nosotros mismos otra cosa. Si por política entiendes el interés general, y el modo de hacerlo todo de acuerdo con la mayor ventaja para cada uno, entonces es una cosa de la que debemos ocuparnos y entender todos, como todos, por ejemplo, sabemos acudir a la mesa de un café sin incomodarnos los unos con los otros, divirtiéndonos sin molestia para nadie. ¡Qué diantre! No parece sino que hasta para sonarnos habríamos de necesitar un especialista y darle por añadidura el derecho de arrancarnos la nariz, si no nos sonábamos a su gusto. Por lo demás, se comprende que el zapato debe hacerlo el zapatero y la casa el albañil. Pero nadie sueña en dar al zapatero y al albañil el derecho de gobernarse, administrarse... Pero volvamos al asunto. ¿Qué han hecho a favor del pueblo los que han ido y van al parlamento y al municipio para hacer el bien general? ¿Y, aún los mismos socialistas, se han mostrado mejores que los demás? Nada, lo que te he dicho, todos son iguales.

Luis.- ¿También la emprendes con los socialistas? ¿Qué quieres que hagamos, si verdaderamente no podemos hacer nada? Somos pocos, y aunque en algún municipio tengamos mayoría, estamos completamente sitiados por las leyes y la influencia de la burguesía que nos ata de pies y manos.

Carlos.- ¿Y por qué vais entonces a votar? ¿Por qué insistís, si no podéis hacer nada? Será porque los elegidos podrán hacer algo para sí mismos, en su provecho propio.

Luis.- Dispensa un momento: ¿Eres anarquista?

Carlos.- ¿Qué te importa lo que soy? Escucha lo que digo, que si ves que mis argumentos son buenos, apruébalos, si no, combátelos y trata de convencerme. Sí, soy anarquista, ¿y qué?

Luis.- ¡Oh, nada! Yo tengo mucho gusto en discutir contigo. También yo soy socialista, pero no anarquista, porque me parece que tus ideas son demasiado avanzadas. Mas, comprendo que en muchas cosas tienes razón. Si hubiera sabido que eras anarquista, no te hubiera dicho que por medio de las elecciones y del parlamento puede obtenerse el bien deseado, porque mientras seamos pobres, serán siempre los ricos los que confeccionen las leyes, y las harán siempre en provecho propio.

Carlos.- ¡Pero tú eres, entonces, un embaucador! ¡Cómo! ¿Sabes la verdad y predicas la mentira? Cuando no sabías que yo era anarquista, decías que eligiendo buenos diputados y buenos concejales se convertiría la Tierra en un verdadero paraíso; ahora que ya sabes lo que soy y que no puede engañárseme en un dos por tres, dices que con el parlamentarismo nada se puede conseguir. ¿Por qué entonces, quebrarme la cabeza con la propaganda de las elecciones? ¿O es que te pagan para engañar a los infelices trabajadores? Sin embargo, yo sé que eres un buen obrero, que eres de los que viven a fuerza de mucho esfuerzo. ¿Por qué, entonces, engañas a tus compañeros haciéndoles que favorezcan los intereses de cualquier renegado, que con la excusa del socialismo lo que busca es darse tono de señor, de gran señor, de gran burgués?

Luis.- No, no, amigo mío. No me juzgues tan mal. Si yo procuro que lo obreros voten, es en interés de la propaganda solamente. ¿No comprendes cuántas ventajas tiene para nosotros el que haya alguno de los nuestros en el parlamento? Puede hacer la propaganda mejor que cualquier otro, porque viaja como le parece y sin que la policía le estorbe mucho; además, cuando habla en la Cámara, todo el mundo se ocupa de las ideas socialistas y las discute. ¿No es eso propaganda? ¿No vamos ganando siempre algo?

Carlos.- ¡Y para propagar te conviertes en agente electoral! ¡Bella propaganda la tuya! Anda, ve y dile a las gentes que todo han de esperarlo del parlamento, que la revolución no conduce a nada, que el obrero no tiene otra cosa que hacer más que depositar un pedazo de papel en la urna y esperar con la boca abierta a que caiga el maná del cielo. ¡Bonita, magnífica, sublime propaganda!

Luis.- Tienes razón, pero ¡qué hacer! ¿Cómo decir a los trabajadores que no se puede esperar nada del parlamento, que los diputados para nada sirven, y propagarles luego que deben votar? Dirían que los tomamos como juguetes.

Carlos.- Bien sé que se necesita algo para decidir a la gente a que vote y elija diputados. Y no sólo se necesita hacer algo, sino también prometer mucho que no se ha de poder cumplir; se necesita hacer la corte a los señores, ser benévolo con el gobierno, encender una vela a San Miguel y otra al diablo, y burlarse de todos. Si no, no se es elegido. ¿Y a qué me vienes a hablar de propaganda, si todo lo que hacéis es contrario completamente a ella?

Luis.- No digo que no tengas razón; mas, en fin, convén conmigo que es siempre ventaja tener alguno de los nuestros que pueda levantar la voz en la Cámara, y defender las ideas de emancipación del proletariado.

Carlos.- ¿Una ventaja? Para ellos y aún para alguno de sus amigos, no digo que no. Mas para la masa general del pueblo, de ningún modo. ¡Si por lo menos no fuese esto ya evidente hasta la saciedad! Allá va un año tras otro en que hemos sido bastante necios para mandar al parlamento diputados socialistas. Los hay en la Cámara francesa, los hay en la italiana, los hay en la alemana, en la española y en la argentina, en número bastante crecido y ¿qué hemos obtenido? Que los unos se hagan monárquicos, los otros se alíen con los republicanos, y nadie se ocupe de los intereses populares. ¡Pobres obreros republicanos! Creen hacer un gran bien y no reparan en que son miserablemente engañados. Volviendo a nuestro primer asunto, esto es, a lo que hemos obtenido con el nombramiento de diputados socialistas, resulta que éstos eran perseguidos y tratados como malhechores cuando decían la verdad, y hoy son muy estimados de los grandes señores, y el ministro y el consejero les tienden la mano. Y si son condenados es por cuestiones puramente burguesas que nada tienen que ver con la causa del obrero y, por tanto, no tienen excusa. Todos son perros de una misma raza, o como suele decirse, los mismos perros con distintos collares, que acaban siempre por ponerse de acuerdo para roer el hueso popular, para acabar con la sangre del pueblo. ¡No tengas cuidado, que semejantes personajes expongan sus pechos en un movimiento revolucionario!

Luis.- Eres demasiado severo. Los hombres son hombres y, necesariamente, hay que disculpar sus debilidades. Por lo demás, ¿qué se puede decir si los que hemos nombrado hasta ahora, no han sabido cumplir con su deber, o no han tenido valor suficiente para cumplirlo? ¿Quién dijo que elijamos siempre los mismos? Nombremos, pues, otros mejores.

Carlos.- ¡Ya! Y así el partido socialista vendrá a convertirse en una fábrica de embaucadores. ¿Crees tú que no hemos tenido ya bastantes traidores? ¿O es que hay que colocar a los demás en situación de que lo sean? En fin, ¿crees o no crees que el que al molino va, en la harina se le conoce? El que se mezcla con los burgueses, le toma gusto a vivir sin trabajar. Cuanta más gente pase por el poder, tanta más se corromperá. Aunque pasase alguno que tuviera bastante buen temple para no corromperse, sería lo mismo, porque amando la causa popular, no podría oponerse a la propaganda con la esperanza de ser útil más tarde. Yo creo firmemente en la sinceridad del que, diciéndose socialista, corre todos los riesgos, se expone a perder su jornal, a ser perseguido y encarcelado. En cambio, me inspiran poca confianza los que hacen del socialismo un oficio, que nada hacen que pueda comprometerles, que buscan la popularidad huyendo del peligro, esto es, que saben nadar y guardar la ropa, como suele decirse gráficamente. Me parece que son como los curas, que predican para su santo negocio.

Luis.- Traspasas el límite de lo racional, amigo mío, porque entre los que has insultado, están los que han trabajado y sufrido por la causa común, están los que tienen un pasado...

Carlos.- No vengas ahora a romperme la cabeza con el pasado. El mismo Crispi ha sido en otros tiempos revolucionario, ha expuesto la piel y ha sufrido como tantos otros. ¿Vamos por esto a respetarlo ahora que se ha convertido en un reaccionario, en un tiranuelo de los más repugnantes? Esos individuos de quienes hablas son los mismos que deshonran y mancillan su propio pasado, y en nombre de ese mismo pasado podemos condenarlos porque han renegado de él. En todas partes hay ejemplos de lo que digo: la mayor parte de los prohombres republicanos de la republicana Francia han sido más o menos revolucionarios en otros tiempos, y hoy son unos doctrinarios de la peor estofa. Hay en el partido conservador inglés quien ha llegado en otras épocas hasta a aceptar el programa de la Internacional. En España, no sólo Castelar y Salmerón, sino también Sagasta y Cánovas, entre muchos republicanos y monárquicos, fueron, quien más quien menos, revolucionarios decididos, y hoy todos se avienen con las ideas y procedimientos más retrógrados, explotando al pueblo desde el poder unos, engañándole desde la oposición otros.

Luis.- Bueno, hombre, no sé como he de convencerte. Vaya enhoramala el parlamentarismo, pero has de convenir que en cuanto al municipio ya es otra cosa. Aquí es más fácil obtener mayoría y hacer el bien del pueblo.

Carlos.- ¡Pero si tú mismo has dicho que los concejales están atados de pies y manos y que al fin y a la postre, tanto en la Cámara como en el municipio, son siempre los ricos los que mandan! Por lo demás, ya hemos visto bastantes ejemplos. En la vecina ciudad lo mismo que en cualquiera, han ido los socialistas al ayuntamiento y, ¿sabes lo que han hecho? Habían prometido suprimir el impuesto de consumos y facilitar los medios para que los niños pudieran ir cómodamente a la escuela desde el pueblo a la ciudad, y nada han hecho. Y después, cuando el pueblo murmura, aquellos señores socialistas hablan en sus mismos periódicos del eterno descontento, como pudieran hacerlo los mismos representantes de la autoridad y de la burguesía. Además, cuando van al municipio, no tienen dónde caerse muertos, y luego se procuran buenas colocaciones para sí y sus parientes, de modo que puedan vivir sin trabajar, y luego dicen que quieren hacer el bien del pueblo.

Luis.- ¡Pero esas son calumnias!

Carlos.- Admitamos que hay algo de calumnioso, ¿y lo que yo he visto con mis propios ojos? Dicen que cuando el río suena agua lleva, y en esta ocasión no puede ser más cierto; lo cual perjudica en gran modo al partido socialista. El socialismo, que debiera ser la esperanza y el consuelo del pueblo, de la clase trabajadora, se hace objeto de sus maldiciones cuando se halla en el poder, en el parlamento o en el municipio. ¿Aún dirás que ésta es propaganda propiamente dicha?

Luis.- ¡No seas así! Si no estás satisfecho de los que nos representan, nombremos otros; la culpa la tienen siempre los electores, porque son los burgueses los que nombran a los que quieren.

Carlos.- ¡Y dale! ¿Hablo con una piedra o con quién hablo? Si, señor, la culpa la tienen los electores y los no electores, porque debieran prescindir de los parlamentos y de los municipios, como cosa completamente inútil para el bien del pueblo. Farsa por farsa, debemos quedarnos sin ninguna. El parlamento, las diputaciones y los municipios, son farsas que nos cuestan muy caras y que para nada sirven. Y tú, que no ignoras que aquellos de los nuestros que van al parlamento, a la diputación o al municipio, conviértanse o no en embaucadores, nada pueden hacer por la clase trabajadora, salvo echarle tierra en los ojos para mayor tranquilidad de los señores; tú debes esforzarte para destruir esa estúpida fe en el sufragio. La causa fundamental de la miseria y de todos los males sociales es la propiedad individual (a causa de la cual el hombre no puede producir sino aceptando las condiciones que le imponga el que monopoliza la tierra y los instrumentos de trabajo) y el gobierno, el cual defiende a los explotadores y explota por su propia cuenta. Y los burgueses, antes que dejen que se ponga la mano sobre estas dos instituciones: la propiedad y el gobierno, las defenderán a todo trance. Engañan, mistifican y pervierten todo, y cuando esto no basta, a la prisión, al destierro y hasta al cadalso apelan contra nosotros. ¡Si quieres mejor elección! Nosotros queremos la revolución; una revolución completa que no deje la menor memoria de la infamia actual. Se necesita declararlo todo, tierra e instrumentos de trabajo, propiedad común; se necesita, es preciso que todos tengamos pan, casa y vestidos; es indispensable que los campesinos supriman al burgués y cultiven la tierra por su propia cuenta y la de sus compañeros de trabajo; que el obrero industrial prescinda también del burgués que le explota, y organice la producción en beneficio general; y, además, es muy necesario no volverse a acordar del gobierno, no dar poder a nadie y hacer cada uno todas las cosas por sí mismo. Cada cual se entenderá dentro de un municipio o pueblo con sus compañeros de oficio y con todos los que tengan necesidad de entenderse en los pueblos más cercanos. Los municipios se entenderán unos con otros; las comarcas con las comarcas, las regiones con las regiones también. Los de un mismo oficio en diferentes localidades se entenderán entre sí, y así se llegará al acuerdo general, y se llegará ciertamente porque en ello va el interés de todos. Entonces, no nos veremos como el perro y el gato, no estaremos en guerra permanente, no pereceremos en manos de una concurrencia infame. Las máquinas ya no serán de utilidad exclusiva de los burgueses ni servirán para dejar sin trabajo y sin pan a la mayor parte de los nuestros, de los que producen y están siempre condenados a la esclavitud y a la miseria; pero servirán en cambio, para hacer el trabajo menos pesado, más útil y más ventajoso para todos. No habrá ya tierras incultas, ni sucederá que el que las cultive no produzca más que la décima parte de lo que debe producir, porque se aplicarán todos los medios ya conocidos para aumentar y mejorar la producción de la tierra y de la industria, de tal modo que el hombre podrá satisfacer siempre sus necesidades espléndidamente.

Luis.- Todo lo que dices es muy bello y verlo quisiera. Yo también encuentro muy buenas vuestras aspiraciones, pero ¿cómo realizarlas? Ya sé que el único medio es la revolución, y que por muchas vueltas que se le dé, por la revolución se acabará. Mas, como por el momento la revolución no podemos hacerla, hacemos en tanto lo que podemos y no pudiendo hacer otra cosa mejor, agitamos la opinión por medio de las elecciones. Así nos movemos siempre, y siempre se hace propaganda.

Carlos.- ¡Cómo! ¿Hablas ahora de propaganda? ¿No sabes qué clase de propaganda has hecho con las elecciones? Vosotros habéis dejado a un lado el programa socialista y os mezcláis con todos esos charlatanes demócratas, que no se ocupan más que de conquistar el poder y hacer luego lo que han hecho todos sus compañeros en democracia, ocuparse ante todo de sí mismos. Vosotros habéis introducido la división y la guerra personal entre los socialistas. Vosotros habéis abandonado la propaganda de los principios por la propaganda a favor de Zutano o de Mengano. Ya no habláis de revolución, y aunque habléis no pensáis, ni por asomo, en hacerla, en provocarla; y esto es natural, porque el camino del parlamento no es el de las barricadas. Habéis corrompido a un cierto número de compañeros que sin la tentación a que los sometisteis hubieran permanecido honrados. Habéis fomentado ciertas ilusiones que hicieron olvidar la revolución, y cuando se desvanecieron, nos hicieron desconfiar de todo y de todos. Habéis desacreditado al socialismo entre las masas que empezaron a considerarse como un partido de gobierno, y han sospechado de vosotros y os han despreciado, como hace siempre el pueblo con todos los que llegan o pretenden llegar al poder.

Luis.- Dime, entonces, ¿qué es lo que debemos hacer? ¿Qué hacéis vosotros? ¿Por qué en vez de hacernos la guerra no tratáis de hacernos mejores?

Carlos.- Yo no te he dicho que nosotros hayamos hecho y hagamos todo lo que se puede y debe hacer. Aún de esto mismo tenéis vosotros mucha culpa, porque con vuestras mistificaciones y deserciones habéis paralizado por muchos años nuestra acción, y nos habéis obligado a emplear grandes esfuerzos para combatir vuestra tendencia, que si hubiera prevalecido, no hubiera quedado del socialismo más que el nombre. Pero esto creemos que no se repetirá. Por una parte, nosotros hemos aprendido mucho y estamos en situación de aprovechar la experiencia obtenida y corregir los errores del pasado. Por otra, entre vosotros mismos la gente empieza a ver con malos ojos las malditas elecciones. La experiencia es de tantos años y vuestros representantes se han significado tan poco, que hoy todos los que aman sinceramente la causa y tienen espíritu revolucionario, tienen forzosamente que abrir los ojos.

Luis.- Y bien, haced la revolución, y estad seguros que nosotros nos encontraremos a vuestro lado, cuando hagáis las barricadas. ¿Nos tomáis acaso por cobardes?

Carlos.- Es una cosa muy cómoda, ¿no es verdad? ¡Haced la revolución, y luego, cuando esté hecha, nos veremos! Pero si vosotros sois revolucionarios, ¿por qué no ayudáis a prepararla?

Luis.- Escucha: por mi parte, te aseguro que si viera un medio práctico para poder ser útil a la revolución, enviaría al diablo elecciones y candidatos, porque, a decir verdad, comienzo a tener yo también la cabeza llena de política, y confieso también que lo que me has dicho hoy me ha hecho un poco de impresión; no te puedo decir que no tengas razón.

Carlos.- ¿No sabes lo que se puede hacer? ¡Pero si yo te digo que la práctica de la lucha electoral hace perder hasta el criterio de la buena propaganda socialista y revolucionaria! Y, sin embargo, basta saber lo que se quiere y quererlo firmemente para encontrar mil cosas útiles para hacer. Ante todo, propaguemos los verdaderos principios socialistas, y en lugar de contar mentiras y dar falsas esperanzas a los electores y a los no electores, incitemos en esas mentes el espíritu de rebelión y el desprecio al parlamentarismo. Hagamos de modo que los trabajadores no voten, y que las elecciones se las hagan ellos, gobierno y capitalistas, en medio de la indiferencia y del desprecio del pueblo; porque cuando se ha destruido la fe en las urnas, nace lógicamente la necesidad de hacer la revolución. Vayamos a los grupos y a las reuniones electorales, pero para desbaratar los planes y las mentiras de los candidatos, y para explicar siempre los principios socialistas-anárquicos, es decir, la necesidad de quitar el gobierno y desposeer a los propietarios. Entremos en todos los sindicatos obreros, hagamos otros nuevos, y siempre para hacer la propaganda y hablar de todo aquello que debemos hacer para emanciparnos. Pongámonos en la primera fila en las huelgas, provoquémoslas siempre para ahondar el abismo entre patronos y obreros y empujemos siempre las cosas cuanto más adelante mejor. Hagamos comprender a todos aquellos que mueren de hambre y de frío, que todas las mercancías que llenan los almacenes les pertenecen a ellos, porque ellos fueron los únicos constructores, e incitémosles y ayudémosles para que las tomen. Cuando suceda alguna rebelión espontánea, como varias veces ha acontecido, corramos a mezclarnos y busquemos de hacer consistente el movimiento exponiéndonos a los peligros y luchando juntos con el pueblo. Luego, en la práctica, surgen las ideas, se presentan las ocasiones. Organicemos, por ejemplo, un movimiento para no pagar los alquileres; persuadamos a los trabajadores del campo de que se lleven las cosechas para sus casas, y si podemos, ayudémoslos a llevárselas y a luchar contra dueños y guardias que no quieran permitirlo. Organicemos movimientos para obligar a los municipios a que hagan aquellas cosas grandes o chicas que el pueblo desee urgentemente, como, por ejemplo, quitar los impuestos que gravan todos los artículos de primera necesidad. Quedémonos siempre en medio de la masa popular y acostumbrémosla a tomarse aquellas libertades que con las buenas formas legales nunca le serían concedidas. En resumen: cada cual haga lo que pueda según el lugar y el ambiente en que se encuentra, tomando como punto de partida los deseos prácticos del pueblo, y excitándole siempre nuevos deseos. Y en medio de toda esta actividad, vayamos eligiendo aquellos elementos que poco a poco van comprendiendo y aceptando con entusiasmo nuestras ideas; juntémonos en pacto mutuo, y preparemos así las fuerzas para una acción decisiva y general. Ved, dentro de poco, por ejemplo, viene el asunto del Primero de Mayo. En todo el mundo los obreros se preparan a efectuar una grandiosa manifestación para ese día, no trabajando. Hay muchos que lo hacen simplemente para obtener la jornada de ocho horas de trabajo, pero hay también aquellos que no se conforman con esto. Y piensan quitarse de encima, de una manera radical, todas esas sanguijuelas que con el nombre de capitalistas o patronos, chupan la sangre a los trabajadores. Y bien, nosotros debemos aceptar este práctico terreno de acción que nos ofrecen las masas mismas. Trabajemos entonces desde ahora e incansablemente, para que el próximo Primero de Mayo nadie trabaje y nadie vuelva a hacerlo sino como trabajador libre, asociado a compañeros libres y en talleres de propiedad de todos. Y cuando venga ese Primero de Mayo, salgamos a la calle con la muchedumbre y hagamos aquello que la disposición del pueblo nos aconseje. No será quizás la revolución, porque los gobiernos están muy prevenidos y el pueblo aún no sabe luchar; pero, ¡quién sabe! ... si pudiéramos dar al movimiento una gran extensión, los gobiernos se verían impotentes para reprimirlo. De cualquier modo, el pueblo tendrá ocasión de ver y sentir su fuerza, y una vez que se haya dado cuenta de su fuerza y la haya visto desplegada, no tardará en servirse de ella.

Luis.- ¡Muy bien; me gusta! ¡Al diablo las elecciones y pongámonos manos a la obra! Venga esa mano. ¡Viva la anarquía y la revolución social!

Carlos.- ¡Viva!


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Mi anarquismo

Hola! Espero te encuentres bien al momento de leer estas líneas. Hoy voy a compartir un texto escrito allá por 1908, por Rafael Barrett (Periodista, narrador y ensayista de orientación anarquista)

Me basta el sentido etimológico: «Ausencia de gobierno». Hay que destruir el espíritu de autoridad y el prestigio de las leyes. Eso es todo. Será la obra del libre examen. Los ignorantes se figuran que anarquía es desorden y que sin gobierno la sociedad se convertirá siempre en el caos. No conciben otro orden que el orden exteriormente impuesto por el terror de las armas. Pero si se fijaran en la evolución de la ciencia, por ejemplo, verían de qué modo, a medida que disminuía el espíritu de autoridad, se extendieron y afianzaron nuestros conocimientos. Cuando Galileo, dejando caer de lo alto de una torre objetos de diferente densidad, mostró que la velocidad de caída no dependía de sus masas, puesto que llegaban a la vez al suelo, los testigos de tan concluyente experiencia se negaron a aceptarla, porque no estaba de acuerdo con lo que decía Aristóteles. Aristóteles era el gobierno científico, su libro era la ley. Había otros legisladores: San Agustín, Santo Tomás de Aquino, San Anselmo. ¿Y qué ha quedado de su dominación? El recuerdo de un estorbo. Sabemos muy bien que la verdad se funda solamente en los hechos. Ningún sabio, por ilustre que sea, presentará hoy su autoridad como un argumento; ninguno pretenderá imponer sus ideas por el terror. El que descubre se limita a describir su experiencia, para que todos repitan y verifiquen lo que él hizo. ¿Y esto qué es? El libre examen, base de nuestra prosperidad intelectual. La ciencia moderna es grande por ser esencialmente anárquica. ¿Y quién será el loco que la tache de desordenada y caótica? La prosperidad social exige iguales condiciones. El anarquismo, tal como lo entiendo, se reduce al libre examen político. Hace falta curarnos del respeto a la ley. La ley no es respetable. Es el obstáculo a todo progreso real. Es una noción que es preciso abolir. Las leyes y las constituciones que por la violencia gobiernan a los pueblos son falsas. No son hijas del estudio y del común ascenso de los hombres. Son hijas de una minoría bárbara, que se apoderó de la fuerza bruta para satisfacer su codicia y su crueldad. Tal vez los fenómenos sociales obedezcan a leyes profundas. Nuestra sociología está aún en la infancia y no las conoce. Es indudable que nos conviene investigarlas, y que si las logramos esclarecer nos serán inmensamente útiles. Pero, aunque las poseyeran jamás las erigiríamos con Código ni en sistema de gobierno. ¿Para qué? Si en efecto son leyes naturales se cumplirán por sí solas, queramos o no. Los astrónomos no ordenan los astros. Nuestro único papel será el de testigos. Es evidente que las leyes escritas no se parecen, ni por el forro, a las leyes naturales. ¡Valiente majestad la de esos pergaminos viejos que cualquier revolución quema en la plaza pública, aventando las cenizas para siempre! Una ley que necesita del gendarme usurpa el nombre de ley. No es tal ley: es una mentira odiosa. ¡Y qué gendarmes! Para comprender hasta qué punto son nuestras leyes contrarias a la índole de las cosas, al genio de la humanidad, es suficiente contemplar los armamentos colosales, mayores y mayores cada día, la mole de fuerza bruta que los gobiernos amontonan para poder existir, para poder aguantar algunos minutos más el empuje invisible de las almas. Las nueve décimas partes de la población terrestre, gracias a las leyes escritas, están degeneradas por la miseria. No hay que echar mano de mucha sociología, cuando se piensa en las maravillosas aptitudes asimiladoras y creadoras de los niños de las razas más «inferiores», para apreciar la monstruosa locura de ese derroche de energía humana. ¡La ley patea los vientres de las madres! Estamos dentro de la ley como el pie chino dentro del brodequín, como el baobab dentro del tiesto japonés. ¡Somos enanos voluntarios! ¡Y se teme «el caos» si nos desembarazamos del brodequín, si rompemos el tiesto y nos plantamos en plena tierra, con la inmensidad por delante! ¿Qué importan las formas futuras? La realidad las revelará. Estemos ciertos de que serán bellas y nobles, como las del árbol libre. Que nuestro ideal sea el más alto. No seamos «prácticos». No intentemos «mejorar» la ley, sustituir un brodequín por otro. Cuanto más inaccesible aparezca el ideal, tanto mejor. Las estrellas guían al navegante. Apuntemos en seguida al lejano término. Así señalaremos el camino más corto. Y antes venceremos. ¿Qué hacer? Educarnos y educar. Todo se resume en el libre examen. ¡Que nuestros niños examinen la ley y la desprecien!

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No estoy conforme

de Teresa Claramut

Hola! Quería compartir un texto que me encontré escrito por Teresa Claramut, que como podrán haber leído en el título del blog se llama “No estoy conforme”. Publicado originalmente en El Rebelde, Barcelona, 12 de octubre de 1907. Recuperado el 16 de septiembre de 2014 desde viruseditorial. Comparto textual:

Hay quien afirma no ser conveniente en la actualidad propagar el ideal anarquista porque, habiéndose llevado a cabo tantos casos de terrorismo por individuos llamados anarquistas, la general opinión cree ver tras esta propaganda la bomba o el puñal. Otros consideran que los anarquistas están desprestigiados y que las masas no prestarán atención si se les habla en nombre de la Anarquía y opinan por tanto que, unidos a los partidos avanzados (sic), podría laborarse mejor en pro del progreso. Y por último, he encontrado por este mundo una infinidad de anarquistas que lo primero que os dicen es que se propague todo lo radical que se quiera, pero sin nombrar la anarquía, porque así las autoridades concederán más libertad y no pondrán obstáculos a nuestros actos. No puedo estar conforme con ninguno de todos esos seres pusilánimes. El ideal anarquista no puede ser aceptado vergonzosamente; el ideal anarquista sólo pueden sentirlo aquellos corazones rebeldes por temperamento más que por convicción, que hacen de la idea acción y no esperanza que, como el Dios de los párvulos reserva un castigo para el malo y un premio para el bueno. La anarquía es tan grande, tan poderosa, que sus elementos comparten el poder de la Naturaleza. La anarquía, como la Naturaleza, produce extraños fenómenos, extraños por nuestra ignorancia ya que a medida que la ciencia progresa el misterio desaparece. Es menester, pues, que esos miopes que creen que la anarquía es la bomba, estudien las biografías de los diferentes autores de los atentados llamados anarquistas y conocerán que aquellas manos que lanzaron el rayo del grande odio, movíanse a impulsos de un corazón henchido de amor por la humanidad. Los elementos de la Naturaleza producen el rayo que mata, pero no por eso dejamos de llamarla nuestra madre, porque sabemos hoy que el rayo que tronchó la encina purificó el bosque. El hombre, mientras se asustó ante el rayo, fue víctima de su fuerza; pero cuando el hombre se detuvo a estudiar el porqué del rayo, pudo dominarlo atrayéndole para sepultarle. Si todos esos servidores a sueldo, si todos esos explotadores de la candidez del pueblo, si todos esos bandidos de sotana, frac o levita, al oír el estruendo de uno de esos actos se entregaran al estudio de sus causas, verían que lo que en la Naturaleza produce el rayo, produce en la sociedad el rayo de los grandes odios. Las corrientes producen con sus choques la chispa eléctrica, ¿acaso son menos poderosas y menos opuestas las corrientes sociales que las atmosféricas? La holganza y la extenuación por la falta de trabajo, la hartura y el hambre, el lujo y la pobreza, el brutal y soez insulto del que manda y la dignidad de hombre del mandado. Ahora bien; si aquellos que se ceban contra el anarquista que ha esgrimido un arma contra el que consideró ser cabeza de la tiranía, hubiéranse aproximado a estudiar serenamente el porqué del hecho, entonces descubrirían que no existe en aquel ser una dureza de instinto, sino más bien una gran sensibilidad, y que todos los que contribuyen a levantar una barrera entre seres que por naturaleza pertenecen a una misma especie, son los que componen la corriente negativa que produce esos trastornos que no lamento ni apruebo porque son hechos. Ningún partido político ha contribuido a esta obra altamente social, de hacer del mundo una sola patria y de la raza humana una sola familia. Si a Franklin se le reconoció el mérito de haber dominado el rayo, a los anarquistas se nos debe reconocer los únicos que queremos anular los rayos sociales por el choque que produce el desequilibrio imperante, causa y factor de todos los hechos terroristas. Ésta es una verdad que debemos sostener contra todos los que hablen contrariamente. Los que afirman que los anarquistas están desprestigiados y que por ese motivo no será eficaz la propaganda anarquista, carecen de la más pequeña noción de anarquía. Pueden desprestigiarse los políticos que convertidos en jefes prometen a las masas sinceridad, honradez, equidad, valor hasta perder la vida por la república o el trono, pidiéndoles a los pueblos a cambio de sus promesas y sacrificios, el voto, la confianza absoluta, la sumisión. Pueden desprestigiarse los predicadores de todas las religiones que se abrogan la intervención entre el penitente y su Dios, pero ¿cuándo y cómo puede desprestigiarse un anarquista? ¿Hay algún anarquista que haya prometido libertades, derechos ni nada? ¿Hay algún anarquista que haya pedido nada a las masas? No; pues si el anarquista no promete nada, ni cree en el sacrificio porque realiza tan sólo lo que le causa placer y satisfacción, y así lo propaga, diciéndole a las masas que nada esperen de nadie, que cada uno debe obrar con criterio suyo, muy suyo, ¿a qué viene ese cuento de que los anarquistas están desprestigiados? Llévese ese convencimiento a todos los que nos quieran oír y continuemos nuestra obra hasta allí donde nos sintamos satisfechos de nuestra labor, es decir, hasta allí donde llegue nuestra fuerza anarquista. A los que por temor de las autoridades nos acaricie y cohíba la propaganda quieren librarse de la libertad, la de decir lo que sienten y piensen recibiendo con el gesto sublime del vencedor todo lo que viniere, a ésos les digo, que la anarquía es un ideal muy masculino. Retírense en buena hora los eunucos.

¿Quién fue?

Teresa Claramunt Creus (Sabadell, Cataluña; 4 de junio de 1862 – Barcelona, 11 de abril de 1931),​ conocida también como “la virgen roja barcelonesa”, fue una dirigente anarcosindicalista española y pionera del feminismo obrerista anarquista. Era una trabajadora del ramo textil y fundó un grupo anarquista en Sabadell, influida por Fernando Tarrida del Mármol, con quien participó en la Huelga de las Siete Semanas de 1883, en la que se reivindicaba la jornada de 8 horas.

En octubre de 1884 fue una de las fundadoras de la Sección Varia de Trabajadores Anarco-colectivistas de Sabadell tal y como aparece en el Acta de Constitución firmada el 26 de octubre por las obreras que habían decidido formar parte de la Federación de trabajadores.

En el año 1888, Teresa junto a su marido Antonio Gurri emigraron a Portugal, debido a que no encontraban trabajo y a la violencia que existía en Sabadell por parte de los empresarios, apoyados por el Somatén. Permaneció en Portugal dos años y se sabe que colaboró con los grupos anarquistas del país.

Regresa a España, siendo ya muy conocida por la policía española. Su prestigio era muy importante en amplias capas de la población y muchas veces la policía la detenía con la finalidad de tenerla muy intimidada.

Con Ángeles López de Ayala y Amàlia Domingo impulsó en 1892 la primera sociedad feminista española, la Sociedad Autónoma de Mujeres de Barcelona.

Fue detenida después de la explosión de unas bombas en el Liceo de Barcelona en 1893, y de nuevo fue arrestada durante la represión del Proceso de Montjuic (1896), durante el cual fue golpeada brutalmente, lo que le dejó secuelas para el resto de su vida.

A pesar de no ser condenada por ningún delito, después del juicio fue desterrada en Inglaterra hasta el año 1898.

Fundó la revista El Productor (1901) y participó activamente en las reivindicaciones sociales de principios del siglo XX. En 1903 en su escrito La mujer. Consideraciones sobre su estado ante las prerrogativas del hombre, plantea la equiparación salarial entre hombres y mujeres. Considera la educación como culpable del estado de la mujer, apuntando su necesaria autoemancipación.

Colaboró en La Tramontana, en La Revista Blanca y dirigió el diario El Rebelde durante 1907-1908.

En 1902 tomó parte en los mítines en solidaridad con los huelguistas del metal y con los de la huelga general de febrero de 1902.

Fue nuevamente detenida después de los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona en agosto de 1909 y confinada en Zaragoza, donde en 1911 impulsó la adhesión de los sindicatos locales a la CNT y también la huelga general de 1911, lo que le supuso un nuevo encarcelamiento bajo la acusación de “agitadora anarquista”. Durante su encarcelamiento hace aparición una enfermedad que la llevará posteriormente a la muerte por parálisis.

Ya muy enferma, la policía registró su piso tras el atentado contra el cardenal Juan Soldevila y Romero en Zaragoza, obra de Los Solidarios, el 4 de junio de 1923, buscando pruebas que la comprometiesen.

Vivió varios años en Sevilla, donde intentó curarse de su enfermedad, pero Teresa seguía luchando. En 1923, participa en un importante mitin en Sevilla contra la dictadura de Primo de Rivera. En 1924, se traslada nuevamente a Barcelona, pero se encuentra ya muy impedida y se alejó de las actividades públicas. Su casa se convierte en centro de actividad anarquista y es visitada por grandes figuras internacionales como Max Nettlau y Emma Goldman.

La madrugada del 11 de abril de 1931, un día antes de que ciudadanos de toda España acudieran a las urnas para elegir nuevos representantes municipales, falleció Teresa Claramunt. Fue enterrada el mismo 14 de abril, el día de la proclamación de la Segunda República.

Navegando por las redes descubrí un hermoso artículo de la historiadora Laura Vicente Villanueva que publicó en la Revista Arenal sobre la biografía de Teresa Claramunt, dejo el enlace para descargarlo....no te vas a arrepentir!

Teresa Claramunt, memoria y biografía de una heterodoxa de Laura Vicente Villanueva

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Irving Louis Horowitz, “Los anarquistas. La teoría (Volumen 1)” y “Los anarquistas. La práctica (Volumen 2)"

El prólogo a esta antología sobre el anarquismo, escrito por Irving Louis Horowitz, examina los supuestos de esa corriente de pensamiento (la idealización del estado de naturaleza, la crítica del poder, el descuido de los estudios económicos, la desconfianza en la tecnología, la fe en el pueblo trabajador, etc.), analiza las contradicciones entre la teoría y la práctica libertarias (moralismo pedagógico y violencia terrorista, antipoliticismo y politicismo) y establece una detallada tipología del anarquismo (utilitario, campesino, sindicalista, colectivista, conspiratorio, comunista, individualista y pacifista).

El primer volumen, dedicado a la teoría, reúne textos que conciben el anarquismo como una crítica de la sociedad: Malatesta, Proudhon, Bakunin y Kropotkin, entre otros), como un estilo de vida (Tolstói, Emma Goldman, Nicola Sacco, Bartolomeo Vanzetti, etc.) y como un sistema filosófico (Stirner, Thoreau, Josiah Warren, Herbert Read).

El segundo volumen, dedicado a la práctica, recoge diversos estudios y testimonios de la materialización de las ideas y proyectos anarquistas. La primera sección dibuja un amplio panorama histórico del movimiento libertario en diversos países a través de los trabajos monográficos de destacados especialistas: España (Gerald Brenan, Hugh Thomas), Italia, Estados Unidos, Francia, Rusia, América Latina y el norte de Europa.

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Volumen 1

Volumen 2

#anarquia #anarquismo #anarquista #acrata

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Brian Morris, “Pueblos sin gobierno. Antropología de la anarquía”

La ciencia social y las eco-filosofías occidentales, están permanentemente divididas entre dos imágenes contradictorias de la especie humana. Una, asociada con Thomas Hobbes (1651), ve la vida social de los seres humanos/humanas como una «guerra contra todos/todas», y la naturaleza humana como esencialmente posesiva, individualista, ególatra y agresiva, es un principio básico del «individualismo posesivo» de la teoría política liberal (Mac-Pherson 1962). La otra, asociada con Rousseau, representa la naturaleza humana en términos del «buen salvaje»: de la especie humana como buena, racional, y angelical, requiriendo solo una sociedad buena y racional para desarrollar su naturaleza esencial (Lukes 1967, 144-45). Ambas imágenes comparten un paradigma teórico similar, ven las relaciones humanas como exclusivamente «determinadas por algún estado natural de los seres humanos» (Robarchek 1989, 31). Pero contrarrestar los enfoques biológicos y deterministas de la cultura no debería llevarnos a respaldar un determinismo unilateral cultural (o lingüístico) que obvia completamente la biología, sino pensar más allá, en la intencionalidad de mundo. En el presente texto, Brain Morris nos muestra un análisis breve y riguroso, acerca de sociedades que se organizan/organizaban sin gobierno, mostrando su visión de la política, sus contextos políticos, su organización política y finalmente su visión de mundo desarrollada desde “La Matrilinidad y la religión de la diosa madre”

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#antropologia #antropologiaanarquista #anarquia #pueblossingobiernos

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Algunas ideas falsas sobre el anarquismo (Max Nettlau)

Hay, hablando brevemente, tres clases de anarquismo: la escuela revolucionaria de Bakunin y Kropotkin, conocida bajo la denominación de anarquismo comunista; el anarquismo ético o filosófico de Godwin, Proudhon y Tucker; y, el anarquismo religioso de Tolstoy.

Así, al hablar de las falsas ideas que corren sobre el anarquismo, es necesario no olvidar que no sólo cada escuela o rama es mal interpretada, sino que también la confusión se deriva asimismo del propio hecho de existir diferentes tendencias, antagónicas necesariamente en algunos extremos. Del mismo modo, los que tienen o se forman ideas falsas del anarquismo constituyen distintas categorías. Para mayor sencillez las dividiremos en tres tipos diferentes: los conservadores, que detestan y temen cualquier proposición radical sobre cambios sociales; los socialistas y otros reformistas, que no pueden ver, porque no lo necesitan, el objetivo de otros compañeros; y los anarquistas mismos que creen tener el monopolio de verdad.

Es, pues, incuestionable que tales falsas ideas son en gran número y muy variadas, por lo que sería abusar de su paciencia hablar de todas ellas. Limitaré, por tanto, mis observaciones solamente a unas cuantas y, en particular, a la escuela revolucionaria, que es la que mete más ruido, la más aborrecida y la que peor se comprende.

La primera y más importante falsa concepción del anarquismo, sostenido inocente y maliciosamente por amigos y adversarios, es la de que Anarquismo, Comunismo y Revolución, son una trinidad indisoluble, de tal modo, que muchos se imaginan al primero con la revolución sangrienta en una mano y el comunismo angélico en la otra. Así, pues, presupone aquél la revolución e implica el comunismo como una económica necesidad social. Que hay fundamento para la formación de estos errores en las mismas enseñanzas de algunos propagandistas de la anarquía, no puede negarse en redondo. Como toda generalización no derivada de inducciones, la concepción del anarquismo fue atrevida, pero vaga. Y también, como otras muchas ideas, no pudo escapar, en sus comienzos, a la influencia de las ideas vecinas.

El nacimiento del anarquismo coincide con el período revolucionario de 1848-71. Las tradiciones de la gran revolución francesa estaban entonces todavía frescas en el espíritu popular; el ambiente impregnado de la idea de cambios político-sociales y las aspiraciones de los hombres adquirieron grandes vuelos. La construcción de barricadas era entonces una industria floreciente. Fue en una época de fabricación de constituciones de papel y de sistemas sociales, cuando precisamente surgió el sistema no autoritario.

Las más vivas críticas acerca de la tiranía del Estado abrieron naturalmente nuevos horizontes a los más impacientes y más perseguidos revolucionarios de aquel tiempo. El ideal de no-autoridad les inspiró obstinado oposición a los poderes constituidos y su naciente amor por la hollada humanidad no podía hallar satisfacción sino en la más alta expresión de la fraternidad humana: un sistema económico basado en el comunismo fraternal. Y se abandonaron en esta creencia.

Pero si es históricamente cierto que los primeros anarquistas fueron antes que todo comunistas revolucionarios, no se puede por ello inferir que el anarquismo sea necesariamente imposible sin los principios económicos del comunismo y sin el método de la revolución violenta. Teóricamente, no hay en verdad lazo esencial de unión entre los tres conceptos, aun cuando un buen número de personas afirmen su fe en aquella trinidad como un todo. Los que no creen en la necesidad del gobierno, pueden o no ser devotos de la revolución y de la propaganda por medio de la matanza; pueden o no comulgar en el Comunismo.

La defensa de la libertad en las relaciones sociales, del principio del voluntariado o del derecho de secesión en la organización social, presupone, como explanaré luego más extensamente, una sola condición económica fundamental, a saber: igualdad de medios para obtener la independencia económica.

Por otra parte, en el terreno de los hechos, el anarquismo americano nativo, según lo expuso su fundador Josiah Warren y también muy expresivamente Thoreau, está enteramente libre de ambas tácticas, la comunista y la revolucionaria. El anarquismo de Benjamín R. Tucker, generalmente el más lógico y firme, es de todo en todo opuesto al sistema comunista y extremadamente pacífico en su método. El mismo Proudhon procuró establecer la anarquía por medio del Banco del Pueblo y el Cambio del Trabajo.

Es, pues, evidente que identificar el anarquismo con la revolución o con el comunismo es una falsa concepción de la teoría y contrario a los hechos de su historia. Y, sin embargo, todavía lo oímos repetir una y otra vez, inocentemente por parte de los simpatizantes, que debían conocerlo mejor, y maliciosamente por los reaccionarios y los socialistas políticos, que no necesitan enterarse, porque el error sirve a su propósito de desacreditar el anarquismo ante el pueblo.

Como prueba de tan corriente y maliciosa ignorancia acerca del anarquismo, citaré algunos párrafos de cierto libro publicado hace pocos meses y que fue muy aplaudido por la prensa socialista y calificado por el editor de The Comrade de «libro notable de un hombre notable». En la página 332 de La Historia del Socialismo en los Estados Unidos, se lee lo siguiente: “Los anarquistas, al no reconocer el carácter orgánico de la sociedad humana, niegan el curso gradual y lógico de su desenvolvimiento. El mundo está dispuesto para las más radicales revoluciones en todo tiempo, y cuando se requiere para su éxito feliz es un golpe de mano de determinados hombres capaces de arriesgar su vida por el bienestar del oprimido pueblo”.

“Consecuentes con su punto de vista, los anarquistas repudian la acción polí- tica como una farsa dañosa y desdeñan los esfuerzos de las asociaciones de oficio y del socialismo por mejorar la condición de la clase trabajadora, como medios reaccionarios que tardaran la revolución al suprimir el descontento de los obreros por su estado actual. Sus esfuerzos (los de los anarquistas) se encaminan directamente a sembrar la semilla de la rebelión entre los pobres y mantener una guerra personal con aquellos que reputan responsables de toda la injusticia social, los altos y los poderosos de todas las naciones. Sus armas son la propaganda por la palabra y por la acción”.

Este hombre notable parece no haber leído nunca un simple folleto anarquista. Cada sentencia de estos párrafos es una absurda interpretación de frases cogidas al vuelo en los pasionales discursos del veterano revolucionario John Most hará unos treinta años. Pero desgraciadamente la teoría del anarquismo es tan poco entendida, que semejante potingue de absurdos halla fácil acogida aún entre los escritores, para no hablar de los píos lectores que se horrorizan sencillamente de “las peligrosas teorías de esos horribles lunáticos que se llaman anarquistas”.

Otras de las más importantes falsas ideas sobre el anarquismo de que necesito hablar, porque afecta a su principio fundamenta, es la que se refiere al concepto de la libertad individual. Mucho se abusa de esta locución. En nombre de la libertad defienden los satisfechos burgueses la misma esclavitud de nuestros tiempos, y en el espíritu de la propia constitución del sucesor de aquellos, el socialismo que aspira al poder político, la libertad es perfectamente compatible con la futura esclavitud. El anarquismo es aborrecido porque se le supone partidario de la libertad sin freno, de la licencia grosera, de lo que es destructor de toda vida social, en tanto que los anarquistas mismos están todavía divididos en cuanto a la definición de la palabra. La escuela «filosófica» se conforma con la fórmula spenceriana de la libertad igual, esto es, la de que cada uno es libre de hacer lo que le plazca en tanto no coarte la libertad de los demás. Pero el problema no queda así resuelto; solamente adelanta un paso más, porque la fórmula no incluye la definición de su cláusula limitativa. ¿Qué es, en efecto, lo que constituye una interferencia o invasión de la libertad ajena?

Lo objeción se reproduce más adelante y parece fundamental, porque no es ya el principio de libertad el que sirve como guía de conducta, sino más bien los límites de la libertad, que es la misma concepción de la libertad garantizada por las leyes que sostiene la vieja burguesía.

La escuela anarquista «no filosófica» mira semejante fórmula con recelo. Para sus partidarios, la libertad implica nada menos que ese idílico estado en que cada uno es perfectamente libre, no sólo de hacer, sino de gozar todas las cosas. Confían antifilosóficamente, por cierto, en la bondad inherente a la naturaleza humana y rehúsan poner límites a la libertad de cualquier especie que sea. Es esta aspiración de los anarquistas comunistas hacia la libertad idílica perfecta lo que impele a los reformadores benévolos, pero cautos, a expresar su simpática observación de que el anarquismo es ciertamente un bello ideal, pero ¡oh, cuán impracticable! Y así tenemos anarquismo execrado, por una parte, como teoría diabólica de infierno y caos, e idealizado, de otra, como un sueño beatífico, pero imposible.

Ahora bien, la libertad que defienden los anarquistas ni es tan terrible que produzca el caos, no tan beatífica que resulte de imposible realización. La vacilación proviene únicamente de ser aquélla mal entendida. Se habla siempre de libertad como si fuera una fuerza positiva, un arma, algo de que los individuos pueden usar para bien o para mal.

Frecuentemente oímos decir: «Den al hombre la libertad y abusará de ella empleándola en molestar a su vecino»; o, por el contrario: «Den al hombre la libertad y será bondadoso y considerado con los demás». Pero la libertad no es una cosa que se da. No es un título de propiedad o una lettre de chachet, de la que se puede hacer lo que nos plazca. Esencialmente la libertad es una simple relación, una condición negativa, la ausencia de algo positivo en sus manifestaciones, esto es, la ausencia de sujeción.

Además, la libertad es una relación social, no una facultad individual. Fuera de la sociedad no podemos formarnos concepción alguna de la libertad. Podemos hacer en absoluto cuanto se nos antoje sin que implique todavía cuestión alguna de libertad. Nuestros actos llegan a tener significación únicamente en tanto cuanto afectan a otros, cuando tienen una relación definida con los actos de los demás, esto es, cuando son actos sociales.

Al hablar de libertad no hacemos más que caracterizar simplemente la relación de nuestros hechos con los hechos de otros; expresamos entonces que nuestra actividad no cohíbe la actividad de nadie. En las relaciones de hombre a hombre, tener libertad no significa de ningún modo estar investido del poder de dirigirlo; significa acrecentar el beneficio que envuelve la condición negativa de no ser dirigido por él. Muchos dicen: «Está muy bien hablar de libertad perfecta para lo futuro, cuando los sentimientos altruistas se hayan desenvuelto y sobrepujado a los sentimientos egoístas y el interés de los hombres consista principalmente, como dice Spencer, en ser auxiliar de los demás. Pero con la actual condición humana y las complicadas relaciones de los intereses en conflicto, es preciso que la restricción, mejor que la libertad, continúe siendo la guía principal de la organización social».

La falacia que asoma en esas palabras es también debido a una errónea concepción de la libertad. No es esta un sacrificio que se hace en beneficio de otros. No procede de los sentimientos altruistas, del apoyo mutuo, del hecho de ser ayudado. No hay ningún imperativo, haz para otros, etc., es el grito egoísta puro que desata, que aísla.

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EL SABOTAJE (Emile Pouget)

Históricamente, la práctica del sabotaje aparece como la primera forma de acción espontánea de los trabajadores en lucha contra la arbitrariedad patronal. Ya hacia 1830, a las disminuciones de horarios y de salarios decretadas por un patronato todopoderoso, los obreros tejedores lioneses respondieron con la destrucción de las máquinas recién instaladas.

De todas formas, no es hasta 1895 que, por primera vez en Francia, se esboza una aproximación teórica y consciente realmente del sabotaje.

El sabotaje, que hasta entonces no había sido practicado sino inconscientemente y de forma instintiva por los trabajadores, iba muy pronto, bajo su denominación popular, a formar parte del vocabulario sindical y a afirmarse como uno de los medios de lucha privilegiados de la clase obrera.

Aquí y allá, algunas huelgas llamadas “salvajes”, adornadas algunas veces con rotura de máquinas o de tímidas experiencias de gestión directa, aparecen como la supervivencia de un pasado sindical que habríamos podido creer cumplido e inclinan a pensar que el sindicalismo revolucionario no está del todo muerto… Si los trabajadores conscientes de la mutación conceptual e ideológica que se ha operado en las estructuras teóricas y prácticas del sindicalismo pudieran encontrar en estas páginas las premisas de una acción revolucionaria futura, la presente reedición del Sabotaje no habría sido vana.

(Fragmentos del prefacio)

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Recopilación de diferentes artículos aparecidos en publicaciones antiautoritarias italianas desde 1994 a 2009. (MASSIMO PASSAMANI – EL DESORDEN DE LA LIBERTAD)

La mayoría fueron publicados en Canenero, un semanal de “destrucción vagabunda, entendiendo por esto la posibilidad de pasar al ataque del Estado y la dominación en todas sus formas sin, por así decirlo, prestar juramento a ninguna bandera” (de la editorial del nº 1). Los textos aquí presentados se insertan en los debates que en los últimos años se han desarrollado en territorio italiano, comunes en gran medida a los del estado español, acerca de la represión, el individuo, organización, lucha armada, dominación tecnológica, responsabilidad individual, etc.

Índice: —Introducción (diciembre, 2010. Massimo Passamani) -El desorden de la libertad -Acada uno su nada -Como en misa -El cuerpo y la revuelta -El reverso de la historia -El precio de todo un mundo -Las dos caras del presente -Nada que ofrecer -¿Y si perdiésemos la paciencia? -Sin ruido, saboreando la revuelta -La lógica de la medida -En la cárcel de las opiniones -Las palabras, los derechos y la policía -Más, mucho más -Pensamientos dispersos sobre la utopía: Autogestión y hostilidad hacia lo existente (último nº de Lammutinamento del pensiero, 1994) -Sobre la utopía. Entre funerales y deseos -Piedras y fluidos -La llamada de la polis -La miseria de las garantías -Municipalismo e integración -Autogestión o destrucción de lo existente -Reflexiones sobre la ciudad: El progreso nunca destruye tan a fondo como cuando construye (Adesso, 2002) -Autoorganización como ética, como modo de vivir: Individuo y sociedad, violencia y no-violencia (jornadas “Una utopía agita el mundo”, 2002) -Individuo y sociedad, violencia y no-violencia -Individuo y sociedad -Violencia y no-violencia -Sí, pero en el fondo qué queréis (Adesso, 2004) -Como piedras en el agua -¿Entonces? -Al aire libre (2004) -Notas sobre la represión y sus contornos -Una casa inhabitable -No digas que somos pocos… -El gran juego -Metafísica de la juventud (Adesso, 2009)

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Quién es Massimo Passamani?

MASSIMO PASSAMANI (1972~), escritor, orador y anarcoactivista italiano. En 1996, como resultado del “juicio Marini” (montaje del estado italiano en los años ’90 para criminalizar y eliminar la lucha social anarquista), huyó a Francia. Arrestado en París, fue extraditado a Italia y arrestado hasta febrero de 1998. Posteriormente ha sido arrestado en varias manifestaciones y protestas. En 2010, sus escritos fueron publicados en castellano: “El desorden de la libertad”.

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